La inteligencia artificial amenaza millones de empleos_MINIATURA

La irrupción acelerada de la inteligencia artificial (IA) está encendiendo alarmas en todo el mundo. Diversos estudios recientes advierten que una proporción enorme de empleos está en riesgo de automatización por IA en los próximos años. Un índice desarrollado por el Banco Interamericano de Desarrollo estima que casi 980 millones de puestos de trabajo a nivel mundial se verán afectados por la IA en tan solo un año, aproximadamente el 28 % de la fuerza laboral global, cifra que podría elevarse al 44 % en una década​.

De forma similar, un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que alrededor del 40 % del empleo global está expuesto a las tecnologías de IA; en las economías avanzadas la exposición alcanza el 60 %, mientras que en países en desarrollo ronda el 26 %​.

En otras palabras, la automatización inteligente no se limitará a fábricas o tareas rutinarias: podría engullir tanto trabajos manuales como ocupaciones profesionales. De hecho, las áreas más vulnerables incluyen desde el soporte administrativo y la industria manufacturera hasta sectores cualificados como el legal o ciertos campos creativos​.

Nadie está a salvo

Ningún ámbito laboral parece completamente a salvo. Las perspectivas son especialmente sombrías para algunos grupos demográficos. Según el índice del BID, las mujeres y los trabajadores de menor cualificación tienen mayores probabilidades de ser reemplazados por IA en pocos años​.

Esto se debe a que muchas mujeres se concentran en empleos de oficina, administrativos y de servicios de apoyo, tareas altamente automatizables. En EE.UU. y México, por ejemplo, se proyecta que cerca del 40 % de las mujeres trabajadoras verán sus labores impactadas por la automatización​. Asimismo, los trabajadores jóvenes afrontan un panorama incierto para iniciar sus carreras en un mundo donde compiten con algoritmos y robots.

Algunos tecnólogos van más allá y pronostican un desplazamiento total del trabajo humano a largo plazo. El magnate Elon Musk ha llegado a anticipar un momento en que «no habrá necesidad de empleos», porque las IA realizarán prácticamente todas las tareas productivas, situación que obligaría a instaurar un «gran ingreso básico universal» para sustentar a la población.

Esta visión extrema sugiere que eventualmente la automatización podría eliminar la mayoría de las ocupaciones conocidas, dejando a millones —o miles de millones— de personas sin trabajo alguno. Si bien suena radical, refleja el rápido avance de IA avanzadas capaces de conducir vehículos, diagnosticar enfermedades, redactar informes e incluso crear contenido artístico. A diferencia de anteriores revoluciones tecnológicas, la IA contemporánea compite con los humanos también en habilidades cognitivas, no solo en fuerza física​.

No está claro qué tipo de nuevas ocupaciones surgirían para absorber a los desplazados, si es que las hay, lo que alimenta el temor de una gigantesca clase desempleada permanente. Historiadores como Yuval Noah Harari advierten incluso que para mediados de este siglo podría emerger una «clase inútil» de personas no solo desempleadas sino estructuralmente inempleables en la economía digital​.

En suma, la IA promete eficiencia y riqueza, pero podría traer consigo el desempleo masivo más grande de la historia moderna.

 

La IA no solo quitara empleos, sino que podría dejar a millones sin lugar en la economía del futuro - Infografia

 

Convulsión social: del desempleo a la violencia

Un desempleo masivo de tal magnitud no sería solo un problema económico, sino un auténtico polvorín social. Las personas no solo perderían sus ingresos, sino también su sentido de propósito y estabilidad. Expertos en psicología social señalan que, de no tomarse medidas, el sufrimiento humano generalizado producto de la automatización podría detonar graves disturbios. Un análisis advierte que la pérdida extensa de trabajos por IA amenazaría la estabilidad social y podría llevar a protestas violentas o incluso levantamientos populares​.

La historia respalda esta preocupación: altas tasas de desempleo, especialmente entre jóvenes, suelen correlacionarse con estallidos de inconformidad y violencia​. Por ejemplo, las revueltas en Francia de 2005 estuvieron vinculadas en parte al desempleo juvenil crónico en barrios marginales, y tras la crisis financiera de 2008 países como Grecia y España vieron protestas multitudinarias cuando el paro juvenil superó el 50 %​.

Si la IA deja a generaciones enteras sin trabajo, el malestar social podría ser mucho mayor y más extendido geográficamente que esos episodios. Las consecuencias de un paro tecnológico masivo podrían manifestarse de diversas formas de violencia social. Por un lado, aumentaría la criminalidad impulsada por la desesperación económica de millones de desempleados de larga duración. Robos, saqueos y otras expresiones de supervivencia al margen de la ley podrían multiplicarse en comunidades sumidas en la pobreza.

Al mismo tiempo, la ira colectiva podría dirigirse contra símbolos del sistema que propició la disrupción: oficinas gubernamentales, sedes de grandes corporaciones tecnológicas o fábricas automatizadas podrían convertirse en blanco de protestas agresivas, sabotajes o vandalismo. No es difícil imaginar disturbios al estilo ludita, con trabajadores desplazados destruyendo máquinas o algoritmos que perciben como causantes de su miseria, replicando a escala global los motines de la Revolución Industrial.

Otro caldo de cultivo de conflicto sería la desigualdad extrema que la IA amenaza con exacerbar. El avance de la automatización tiende a concentrar los beneficios en manos de quienes controlan la tecnología (dueños de capital, grandes empresas de IA), mientras que las clases medias y bajas pierden poder adquisitivo. Analistas anticipan una desigualdad sin precedentes, dado que las empresas líderes en IA tienden hacia el monopolio y podrían acaparar la nueva riqueza​.

Esta brecha abismal podría generar resentimiento social masivo: una mayoría empobrecida frente a una élite tecnocrática ultrarica. Movimientos populistas podrían canalizar esa frustración, señalando a las «élites de Silicon Valley» o a las máquinas mismas como enemigas del pueblo. ¿Rebeliones contra las máquinas? Podría parecer ciencia ficción, pero algunos futuristas sugieren que en el siglo XXI veremos «revueltas populistas no contra una élite que explota a la gente, sino contra una élite que ya no necesita a la gente».​

Es decir, las masas enfurecidas podrían sublevarse no por ser explotadas, sino por sentirse irrelevantes en la nueva economía dominada por IA. Lamentablemente, luchar contra la irrelevancia económica puede resultar mucho más difícil que contra la explotación tradicional​, y esa desesperación podría convertirse en violencia nihilista si no se ofrecen salidas dignas.

 

Tensiones geopolíticas: el mundo dividido por la IA

El impacto disruptivo de la IA no se detiene en las fronteras de cada país; por el contrario, amenaza con reconfigurar el equilibrio de poder global, generando fricciones entre naciones. La carrera por la supremacía en IA ya está en marcha, evocando comparaciones con la carrera armamentista nuclear de la Guerra Fría. Los líderes mundiales son muy conscientes de lo que está en juego: «Quien se convierta en el líder en [IA] será el gobernante del mundo», sentenció Vladímir Putin en 2017​.

Esta afirmación ―que la IA otorgará hegemonía global a quien la domine― ha sido tomada muy en serio por potencias como Estados Unidos y China, que invierten sumas colosales en desarrollar las tecnologías de IA más avanzadas. China, en particular, ha lanzado una ambiciosa estrategia nacional para liderar el mundo en IA hacia 2030, respaldada por más de 110 mil millones de dólares en inversiones y adquisiciones tecnológicas desde 2015​.

Pekín considera la IA crítica para su crecimiento futuro y la integra en planes industriales, militares y de control social con determinación férrea. EE. UU., por su parte, sigue apostando por el ingenio del sector privado y una regulación relativamente «suave» para no frenar la innovación​, confiando en sus gigantes tecnológicos (Google, Microsoft, OpenAI, etc.) para mantener la delantera.

Este choque de enfoques ―un modelo autoritario-estatal vs. uno de libre mercado― añade una dimensión ideológica a la competencia. El escenario global que se vislumbra es el de un mundo fracturado en su respuesta a la revolución de la IA. Algunos países podrían optar por frenar o prohibir ciertos desarrollos de IA, ya sea por precaución ante sus efectos sociales o por motivos éticos.

No sería la primera vez: en 2023, Italia se convirtió brevemente en el primer país occidental en bloquear el uso de ChatGPT por preocupaciones de privacidad y seguridad, mostrando que los gobiernos pueden poner límites a la IA si lo consideran necesario. Ese mismo año, más de mil expertos y empresarios (incluyendo a Elon Musk) publicaron una carta abierta pidiendo una moratoria de 6 meses en los experimentos con IA más poderosos que GPT-4, advirtiendo de «riesgos profundos para la sociedad».

Estas voces abogan por ralentizar el ritmo de avance para dar tiempo a regular y adaptarse. Es concebible que, ante un aumento del desempleo y la inestabilidad, algunos gobiernos decidan pausar ciertos sistemas de IA o limitar su adopción en sectores sensibles, intentando proteger el empleo nacional o evitar el caos interno. Entretanto, otras naciones abrazan plenamente la IA, dispuestas a asumir los riesgos a cambio de las ventajas competitivas.

Países como China han dejado clara su postura: no van a pisar el freno. Pekín busca la primacía tecnológica global y considera a la IA un pilar de su seguridad nacional y prosperidad. Incluso si otras regiones detuvieran temporalmente sus investigaciones, es poco probable que China lo hiciera, lo que genera un dilema tipo «prisionero» a escala internacional: ¿cómo regular o frenar la IA sin quedar vulnerable frente a rivales que no lo hagan?

 

IA. del desempleo al conflicto global - Infografia

 

El dilema del prisionero

El dilema del prisionero es una situación en la que dos personas deben decidir si cooperan o se traicionan sin poder comunicarse entre sí; si ambos cooperan, reciben un castigo leve, pero si uno traiciona y el otro coopera, el que traiciona sale beneficiado y el otro recibe el peor castigo; si los dos se traicionan, ambos salen perjudicados. Aunque lo mejor sería que los dos colaboraran, por miedo a ser traicionados, suelen elegir la opción que más les conviene individualmente, lo que lleva a un resultado peor para los dos.

Esta falta de confianza mutua puede desembocar en una carrera desbocada, donde cada superpotencia acelera el desarrollo para no quedarse atrás militar o económicamente. Ya hay quien advierte que la competencia por la superioridad en IA podría ser la «causa más probable de la Tercera Guerra Mundial», en palabras del propio Elon Musk​.

Es decir, la pugna por la IA podría exacerbar tensiones geopolíticas latentes e incluso catalizar conflictos abiertos si un país siente amenazada su supervivencia ante el avance de otro en este campo.

Mientras las grandes potencias rivalizan, otras regiones del mundo también enfrentarán decisiones difíciles. La Unión Europea, por ejemplo, trata de equilibrar la innovación con la protección de sus valores. La UE está a la vanguardia en la elaboración de un marco legal para la IA (Ley de IA), el primero a nivel mundial, con reglas estrictas para garantizar una «IA confiable, segura y centrada en el ser humano»​.

Bruselas incluso plantea prohibir aplicaciones de IA de «riesgo inaceptable» (como la manipulación cognitiva o la vigilancia masiva ilegítima)​. Sin embargo, este enfoque más precavido podría ralentizar la adopción de IA en Europa en comparación con EE. UU. o China, potencialmente mermando la competitividad europea. Existe la inquietud de un mundo bipolar de la IA: por un lado, bloques que priorizan el control y la ética (Europa, quizá algunos países en desarrollo temerosos del desempleo); por otro, bloques que priorizan la ventaja tecnológica cueste lo que cueste (EE. UU., China y aliados).

Los países emergentes y en desarrollo viven una situación ambivalente. Por un lado, un estudio del Banco Mundial sugiere que en el corto plazo la IA afectará de forma más gradual a las economías de ingresos bajos, ya que sus mercados laborales se componen más de tareas manuales o informales difícilmente automatizables, y además la falta de infraestructura digital limita la rápida adopción de IA​.

En pocas palabras, en regiones de África o el sur de Asia, la «amenaza robótica» inmediata podría sentirse menos. Pero esta puede ser una calma engañosa: a largo plazo, estas mismas regiones podrían sufrir porque la IA permitirá a las naciones ricas «repatriar» fabricación y servicios que antes subcontrataban.

Si fábricas en China o Bangladesh son reemplazadas por fábricas automatizadas en Europa, o si los call centers en Filipinas son sustituidos por chatbots de IA en EE.UU., los países en desarrollo perderán empleos antes incluso de haberlos obtenido. América Latina, con sus frágiles mercados laborales e índices de informalidad altos, podría verse especialmente golpeada. De hecho, analistas anticipan una «crisis del empleo» en Latinoamérica debido a la IA, exacerbando problemas estructurales ya existentes​.

Ante esto, algunos países en desarrollo podrían verse tentados a proteger sus mercados laborales prohibiendo importaciones de ciertas IA o imponiendo requisitos de empleo humano, aunque con eficacia incierta en una economía globalizada.

En síntesis, la llegada de la IA masiva configura un mapa mundial tensionado: naciones tecnológicamente avanzadas en carrera armamentista digital, regiones enteras lidiando con los desequilibrios económicos, y un riesgo real de brechas profundas entre los países que dominan la IA y los que quedan rezagados. Sin cooperación internacional, este panorama podría desembocar en bloques enfrentados y en un clima geopolítico muy inestable.

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Roberto Augusto
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